Motivo

A los 500 años de su nacimiento, Santa Teresa de Avila nos sigue enseñando como Maestra Espiritual a los creyentes de hoy

viernes, 24 de abril de 2015

- La Hermosura de la Resurrección

Orar con santa Teresa: la hermosura de la Resurrección

En este tiempo de Pascua de Resurrección, merece la pena pararse a contemplar las características de Jesús. ¿Quién es y cómo es Cristo, el resucitado? Más aún, ¿Quién es y cómo es… conmigo? El poema de santa Teresa «Oh Hermosura que excedéis», que es nuestra Oración para el Año Jubilar Teresiano de esta semana, ayuda a meditar todas estas cuestiones, de la mano de la Santa

A pesar de que la mayoría de sus textos los compuso a una edad ya adulta (a partir de los 50 años, de hecho), en ocasiones, la pasión de santa Teresa de Jesús por Cristo Resucitado la lleva a expresarse como una chiquilla enamorada. Lo que ocurre es que su arrobamiento no es una pulsión meramente sentimental, ni mucho menos el fruto de una imaginación vivaracha que represente a Jesús en su imaginación como un dechado de belleza y de virtudes (aunque Él, en realidad, así lo fuese).
La Santa, que reconoce en el Libro de la Vida haber estado 20 años debatiéndose «entre Dios y el mundo», sólo terminó de rendirse enteramente a Cristo cuando contempló con detenido agradecimiento las cualidades propias del Dios que se hizo hombre, y que con los hombres sigue hoy tratando, a pesar de todos nuestro pesares.
Uno de los textos más famosos de la mística abulense, en el que aborda precisamente esta visión apasionada y llena de gratitud de su amado Jesús, es el poema «Oh Hermosura que excedéis», al que dedicamos nuestra Oración para el Año Jubilar Teresiano de esta semana. Se trata de una composición poética en la que la primera mujer Doctora de la Iglesia va ponderando con desbordante gratitud las bondades de Dios, y cómo Jesús se entrega, se comporta y se da para con todos, aunque sólo quienes también quieren entregarse a Él sean capaces de descubrirlo.
Cuando se pondera en su justa medida –inabarcable medida, en realidad–, no hay nada que puede compararse con el poderoso atractivo de la Resurrección. Cuando se cae en la cuenta de que el Crucificado subió al madero por ti, y por ti lo resucitó el Padre, y por ti sigue vivo y paciente cada día, el corazón se estremece. Meditar en la sobrecogedora realidad de un Dios hecho hombre, muerto y resucitado de verdad, que mantiene el contacto y el amor por cada hombre y mujer, a pesar de sus cicaterías y pecados, lleva a Teresa (y con ella, al lector que la acompaña) a sentirse como «herida de amor»; atada a Él porque Él la deja ser libre; agradecida porque no puede corresponder…
Un texto extraordinario para meditar y rezar –y mejor delante del Sagrario– en este tiempo de Pascua de Resurrección:
+ En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
¡Oh Hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
Oh ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada.
Amén.

jueves, 16 de abril de 2015

- El Papa ofrece "Consejos Teresianos" para todos

Mensaje del Santo Padre al obispo de Ávila por el V centenario de santa Teresa

Los «Consejos Teresianos» del Papa para religiosos, curas, laicos, jóvenes y familias

En la carta que ha escrito al obispo de Ávila, el Santo Padre reconoce que «hoy mi corazón está en Ávila», y lanza a la Santa el desafío de aconsejar hoy a los sacerdotes, a los religiosos, a los seglares, a los jóvenes y a las familias para ser «contemplativos en la acción». Este es el texto íntegro de la preciosa carta de Francisco
Querido Hermano: Hoy mi corazón está en Ávila, donde hace quinientos años nació Teresa de Jesús. Pero no puedo olvidar tantos otros lugares que conservan su memoria, por los que pasó con sus sandalias desgastadas recorriendo caminos polvorientos: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana, Salamanca, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada, Burgos y Alba de Tormes. Además, la huella de esta preclara Reformadora sigue viva en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo. Sus hijos e hijas en el Carmelo mantienen ardiente la luz renovadora que la Santa encendió para bien de toda la Iglesia.
A esta insigne «maestra de espirituales», mi predecesor, el beato Pablo VI, tuvo el inédito gesto de conferirle el título de Doctora de la Iglesia. ¡La primera mujer Doctora de la Iglesia! Ella nos muestra al vivo lo secreto de Dios, donde entró «por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios» . Nada de esto ha perdido su vigencia. Contemplación y acción siguen siendo su legado para los cristianos del siglo XXI. Por eso, cuánto me gustaría que pudiéramos hablar con ella, tenerla delante y preguntarle tantas cosas. Siglos después, su testimonio y sus palabras nos alientan a todos a adentrarnos en nuestro castillo interior y a salir fuera, a «hacerse espaldas unos a otros… para ir adelante» (Vida 7, 22). Sí, entrar en Dios y salir con su amor a servir a los hermanos. A esto «convida el Señor a todos» (Camino 19,15), sea cual sea nuestra condición y el lugar que ocupemos en la Iglesia (Camino 5,5).¿Cómo ser contemplativos en la acción? ¿Qué consejos nos das tú, Teresa, hoy?
Consejos a religiosos y sacerdotes: compromiso y oración En la hora presente, sus primeros interlocutores serían los religiosos y las religiosas, a los que la Santa animaría a comprometerse sin ambages: «No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (Camino 1,5), les decía a sus monjas. Ella hoy nos saca de la autorreferencialidad y nos impulsa a ser consagrados «en salida», con un modo de vida austero, sinencapotamientos ni amarguras: «No os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno» (Camino 41,5). En este Año de la Vida Consagrada, nos enseña a ir a lo fundamental, a no dejarle a Cristo las migajas de nuestro tiempo o de nuestra alma, sino a llevarlo todo a ese amistoso coloquio con el Señor, «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). ¿Y sobre los sacerdotes? Santa Teresa diría abiertamente: no los olviden en su oración. Sabemos bien que para ella fueron apoyo, luz y guía. Consciente como era de la importancia de la predicación para la fe de las gentes más sencillas, valoraba a los presbíteros y, «si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba» (Vida 8,12). Pero, sobre todo, la Santa oraba por ellos y pedía a sus monjas que estuvieran «todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y los predicadores y letrados que la defienden» (Camino 1,2). Qué hermoso sería que la imitáramos rezando infatigablemente por los ministros del Evangelio, para que no se apague en ellos el entusiasmo ni el fuego del amor divino y se entreguen del todo a Cristo y a su Iglesia, de modo que sean para los demás brújula, bálsamo, acicate y consuelo, como lo fueron para ella. Que la plegaria y la cercanía de los Carmelos acompañen siempre a los sacerdotes en el ejercicio del ministerio pastoral.
A laicos y familias: sed fermento en los ambientes del mundo
¿Y a los laicos? ¿Y a las familias, que en este año tan presentes están en el corazón de la Iglesia? Teresa fue hija de padres piadosos y honrados. A ellos dedica unas palabras elogiosas apenas comienza elLibro de la Vida: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena» (1,1). De joven, cuando aún era «enemiguísima de ser monja» (Vida 2,8), se planteó seguir el camino del matrimonio, como las chicas de su edad. Fueron muchos y buenos los laicos con los que la Santa trató y que le facilitaron sus fundaciones: Francisco de Salcedo, el caballero santo, su amiga Guiomar de Ulloa o Antonio Gaytán, a quien le escribe alabando su estado y pidiéndole que se alegre por ello (Carta 386 2). Necesitamos hoy hombres y mujeres como ellos, que tengan amor a la Iglesia, que colaboren con ella en su apostolado, que no sean sólo destinatarios del Evangelio sino discípulos y misioneros de la divina Palabra. Hay ambientes a los que sólo ellos pueden llevar el mensaje de salvación, como fermento de una sociedad más justa y solidaria. Santa Teresa sigue invitando a los cristianos de hoy a sumarse a la causa del Reino de Dios y a formar hogares donde Cristo sea la roca en la que se apoyen y la meta que corone sus anhelos.
A los jóvenes: santa osadía para no ser sapos
¿Y a los jóvenes? Mujer inquieta, vivió su juventud con la alegría propia de esta etapa de la vida. Nunca perdió ese espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que «tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes» (Camino 16,12). Esa confianza en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en sí misma con tal de amar al prójimo: «Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (Vida 15,5). Así puso de manifiesto que miedo y juventud no se casan. Que el ejemplo de la Santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue «el ánima y el ánimo» (Camino 41,8). Sobre todo, cuando descubran que merece la pena seguir a Cristo de por vida, como lo hicieron aquellas primeras monjas Carmelitas Descalzas que, en medio de no pocas contrariedades, abrieron las puertas del primer palomarcico, un 24 de agosto de 1562. De la mano de Teresa, los jóvenes tendrán valor para huir de la mediocridad y la tibieza y albergar en su alma grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejores causas. Me parece oírla ahora advertirles con su gracejo que si no tienen altas miras serán como «sapos», que caminan lenta y rastreramente, y se contentarán con «sólo cazar lagartijas», dando importancia a minucias en lugar de a las cosas que cuentan de verdad (Vida 13,3).
Un intercesor para todos
Y, de modo especial, ruego a santa Teresa que nos regale la devoción y el fervor que ella tenía a san José. Harto bien haría que los pasan por la prueba del dolor, la enfermedad, la soledad, quienes se sienten agobiados o entristecidos recurrieran a este insigne Patriarca con el amor y la confianza con que lo hacía la Santa. Te confieso, querido Hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y problemas y, como ella, «no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer… A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra –que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar–, así en el cielo hace cuanto le pide» (Vida 6,6). «Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles… Muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder», dice una antigua oración inspirada en la experiencia de la Santa.
Querido Hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí y mi servicio al santo Pueblo fiel de Dios. Por mi parte, encomiendo a cuantos celebran este V Centenario a la intercesión de santa Teresa, para que alcance del cielo todo lo que necesiten para ser de Jesús, como ella, y con la experiencia de su amor, puedan construir una sociedad mejor, en donde nadie quede excluido y se promueva la cultura del encuentro, del diálogo, de la reconciliación y la paz.
Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide.  Francisco

- Amor saca amor

«Miradle cargado con la cruz, que ni siquiera le dejaban respirar; miraros ha Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores para consolar los vuestros, sólo porque os vais vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle»: lo escribe santa Teresa en Camino de perfección. Habla la Santa de consuelo, mas no del limitado y frágil que podamos darnos unos a otros los hombres solos. Es el Consuelo infinito que, anunciado para Israel, el anciano Simeón esperaba y pudo contemplar en el Niño que María y José llevaron al templo de Jerusalén para cumplir la Ley del Señor. Tal Consuelo es el que nos testimonia la santa de Ávila: no se limita a aliviar las penas, pues su fuerza es tan grande que las transforma en alegría, una alegría que el mundo no puede conocer, ¡sólo quien se ha encontrado de veras con Jesucristo, el mismo Dios hecho hombre!
En su Mensaje con motivo de la apertura del Año Jubilar Teresiano, el Papa Francisco lo explica con toda claridad: «En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo soberana Majestad, eterna Sabiduría, se revela cercano y compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera. Hay que procurarla ya a los principios. No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores, mirando al Crucificado y buscando al Resucitado».
La propia Santa lo cuenta así en el Libro de la vida: «Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme estaba en tribulación, que me mostraba las llagas, algunas veces en la cruz y en el Huerto y con la corona de espinas, pocas; y llevando la cruz también algunas veces, para necesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne glorificada». Sí, la carne ¡glorificada! Es decir, no se trata de evocaciones del pasado, que pueden producir nostalgia, pero nunca esa alegría a la que se refiere el Papa, la misma que proclama ya en la primera línea de su primera Exhortación apostólica, La alegría del Evangelio, que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Se trata de Cristo resucitado, vivo, aquí y ahora, ¡de su Presencia viva!, de tal manera que Teresa de Jesús, con la misma certeza de Cristo presente que tiene san Pablo cuando pregunta desafiante: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?», en el Libro de la vida lanza igualmente a todos el desafío: «¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado?»
El testimonio de santa Teresa, que permanece bien vivo «en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo», como acaba de recordar el Papa Francisco en su carta al obispo de Ávila, el pasado sábado, la fecha exacta del quinto centenario del nacimiento de la Santa, deshace todo intento de querer reducir la Semana Santa, no ya a mero folclore para turistas, ni siquiera a piadosa expresión de una religiosidad difusa. Allí donde está viva la Iglesia, por mucho que se quiera hacer tal reducción, la Presencia viva de Cristo es más grande y más fuerte, en el Sacramento, sí, y aun en sus imágenes, tan queridas de Teresa de Jesús, modeladas desde la fe y el amor, y que no pueden dejar de suscitarlos en quienes las miran con ojos limpios y corazón abierto, justamente porque Él está vivo. «Me sucedió –cuenta la Santa en el Libro de la vida– que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota, que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle».
En las Séptimas Moradas, nos aconseja así: «Poned los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras?»
Y las obras que de aquí nacen no pueden contentar menos a quienes en Él han puesto los ojos, pues son obras de amor. «Siempre que se piense de Cristo –dice la Santa en el Libro de la vida–, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor».