Oraciones de la Santa para el Año Jubilar Teresiano:
Orar con santa Teresa: «¡Miradle resucitado!»
Orar con santa Teresa: la hermosura de la Resurrección
En este tiempo de Pascua de Resurrección, merece la pena pararse a contemplar las características de Jesús. ¿Quién es y cómo es Cristo, el resucitado? Más aún, ¿Quién es y cómo es… conmigo? El poema de santa Teresa «Oh Hermosura que excedéis», que es nuestra Oración para el Año Jubilar Teresiano de esta semana, ayuda a meditar todas estas cuestiones, de la mano de la Santa
A pesar de que la mayoría de sus textos los compuso a una edad ya adulta (a partir de los 50 años, de hecho), en ocasiones, la pasión de santa Teresa de Jesús por Cristo Resucitado la lleva a expresarse como una chiquilla enamorada hasta el tuétano de un zagal que la pretende. Lo que ocurre es que su arrobamiento no es una pulsión meramente sentimental, ni mucho menos el fruto de una imaginación vivaracha que represente a Jesús en su imaginación como un dechado de belleza y de virtudes (aunque Él, en realidad, así lo fuese).
La Santa, que reconoce en el Libro de la Vida haber estado 20 años debatiéndose «entre Dios y el mundo», sólo terminó de rendirse enteramente a Cristo cuando contempló con detenido agradecimiento las cualidades propias del Dios que se hizo hombre, y que con los hombres sigue hoy tratando, a pesar de todos nuestro pesares.
Uno de los textos más famosos de la mística abulense, en el que aborda precisamente esta visión apasionada y llena de gratitud de su amado Jesús, es el poema «Oh Hermosura que excedéis», al que dedicamos nuestra Oración para el Año Jubilar Teresiano de esta semana. Se trata de una composición poética en la que la primera mujer Doctora de la Iglesia va ponderando con desbordante gratitud las bondades de Dios, y cómo Jesús se entrega, se comporta y se da para con todos, aunque sólo quienes también quieren entregarse a Él sean capaces de descubrirlo.
Cuando se pondera en su justa medida –inabarcable medida, en realidad–, no hay nada que puede compararse con el poderoso atractivo de la Resurrección. Cuando se cae en la cuenta de que el Crucificado subió al madero por ti, y por ti lo resucitó el Padre, y por ti sigue vivo y paciente cada día, el corazón se estremece. Meditar en la sobrecogedora realidad de un Dios hecho hombre, muerto y resucitado de verdad, que mantiene el contacto y el amor por cada hombre y mujer, a pesar de sus cicaterías y pecados, lleva a Teresa (y con ella, al lector que la acompaña) a sentirse como «herida de amor»; atada a Él porque Él la deja ser libre; agradecida porque no puede corresponder…
Un texto extraordinario para meditar y rezar –y mejor delante del Sagrario– en este tiempo de Pascua de Resurrección:
+ En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
¡Oh Hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
Oh ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada.
con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada.
Amén.
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La famosa alegría teresiana no nace del optimismo de una mujer buena y entusiasta, ni siquiera de un Carmelo Descalzo en el que sus monjas se llevan bien. No: nace del sepulcro vacío, y de contemplar a Cristo saliendo de él victorioso. Esa es la idea central de la Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana. Con santa Teresa de Jesús le deseamos una muy, muy, feliz y alegre Pascua: ¡Cristo ha resucitado!
Pocas actitudes casan tan bien con santa Teresa de Jesús como la alegría y el buen humor. Ya se sabe que a la Santa se le atribuye esa cita tan famosa de «un santo triste es un triste santo», y de su puño salieron otras como «tristeza y melancolía no las quiero en casa mía», o aquella otra de «líbreme Dios de santos encapotados». Pero si su vida estaba marcada, como la de toda carmelita descalza desde hace cinco siglos, por el rigor y la austeridad, y si además ella tenía tanto gusto en deleitarse contemplando los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús, haciendo suya la Cruz de Cristo, ¿de dónde le nacía semejante optimismo?
La respuesta la dejó escrita en sus obras: de pensar en el amor de Dios y contemplarlo con agradecimiento. Un Dios que cargó con todo el sufrimiento de los hombres para que los hombres, cuando sufrimos, podamos saber que Dios nos entiende. Un Dios que redimió nuestro pecado gratuitamente porque sabía que nosotros no podríamos redimirnos jamás por nuestros solos esfuerzos. Un Dios que sacrificó a su Hijo por todos los hombres y, más aún, por cada hombre. Y un Dios que, no se puede olvidar, ¡resucitó a su Hijo de la muerte!
Si se piensa bien, lo de que Dios resucite a un muerto de verdad, lo de que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, saliese del sepulcro después de ser flagelado y muerto en cruz, sólo admite dos respuestas: tomarlo por una locura y mirar para otro lado… o exultar de alegría. Y ella optó por lo segundo. Así lo vivió, así lo rezó y así lo aconsejó a sus monjas, y a todos aquellos que se acercan hoy a sus escritos.
Su forma de hablar de la Resurrección no es una mera disertación teórica, ni siquiera un buen consejo espiritual. No. Es una recomendación que nace de la experiencia. De hecho, cuando en Camino de Perfección sugiere a sus hijas espirituales que piensen en el Resucitado, no se limita a hablar de ello, sino que logra con dos líneas que el lector se sitúe ante el sepulcro vacío y, más aún, ante Cristo saliendo de él. Invita a contemplarlo como quien ya lo está viendo. Y a pararse en esa visión. Y a dejarse embriagar por ella. Y a orar entre signos de exclamación. Por eso, nuestra Oración de la Santa para el Año Jubilar Teresiano de esta semana no es, como hasta ahora hemos ido ofreciendo, un texto en el que Teresa se sitúa directamente ante Dios, sino unas líneas en las que, hablando con el lector, consigue llevarle ante el Señor que ha derrotado a la muerte. Merece la pena hacer caso a santa Teresa, caminar tras sus huellas, y disfrutar con la alegría de la Pascua.
Por cierto: incluso el comentario que antecede al texto principal, en el que bromea con sus monjas sobre «la sujeción» de las que se libran las carmelitas por no estar casadas con un hombre (que según ella no hay varón que esté siempre alegre y satisfecho), ayuda a disponer el ánimo a la alegría jubilosa, espontánea, natural, que nace del sentirse amada por Dios. Como la enamorada que presume del Galán que la corteja ante sus amigas cómplices. Definitivamente, el entusiasmo y la alegría de la Pascua es, junto a la Santa, poder rezar con una sonrisa.
+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
Así como dicen ha de hacer la mujer, para ser bien casada, con su marido, que si está triste, se ha de mostrar ella triste y si está alegre, aunque nunca lo esté, alegre (mirad de qué sujeción os habéis librado, hermanas), esto con verdad, sin fingimiento, hace el Señor con nosotros: que Él se hace el sujeto, y quiere seáis vos la señora, y andar Él a vuestra voluntad. Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues ¿es mucho que a Quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?
Amén
Orar con santa Teresa: «¡Oh, cristianos, ayudad a llorar a vuestro
Dios!» (1)
Para santa Teresa de
Jesús, acompañar al Señor en sus dolores por los pecados de los hombres, habla
más del amor de Dios por los pecadores que de la infidelidad de quienes le
traicionan o ignoran. Por eso, enseña que contemplarle a Él y emocionarse con
Él, incluso hasta las lágrimas, lejos de un ejercicio angustioso es un don del
Espíritu, un acto liberador que ayuda a acercarse a Cristo, a estrechar la
amistad con Él, a sentirse amado por su Corazón y a querer responderle con
agradecida generosidad. De estas lágrimas habla la Oración Teresiana
para el Año Jubilar, centrada en la primera parte de la Exclamación «Y Jesús
lloró»
A lo largo de sus numerosos escritos, santa Teresa de
Jesús habla muchas veces del llanto como un don que otorga el Espíritu, que
surge al contemplar los dolores y padecimientos de Cristo, y que enternece el
corazón del creyente. Lejos de ser un llanto desesperanzado, agónico, triste o
melancólico, cuando las lágrimas son fruto de la contemplación del Señor, Dios
de la misericordia, el llanto para santa Teresa es un acto liberador «de gran
provecho», porque ayuda a identificarse con Dios también en sus padecimientos,
es decir, ayuda a compadecer con Él, ayuda a padecer-con el mismísimo
Jesucristo. Ayuda, en último término, a estar con Él, a pasar tiempo con Él, a
acompañarlo personalmente. Nadie llora por una idea, ni por una deidad
abstracta y de rostro indefinible. Llorar con y por Cristo enfatiza una verdad
que cambia la vida: Dios es una Persona real, con sentimientos reales, y que
tiene que ver con nosotros.
Así, al contrario de la piedad oscurantista y morbosa
en la que podían incurrir algunos clérigos de su época (y de tantas otras),
centrada en el castigo divino que le espera a los pecadores irredentos o en el
dolor patético de la cruz, santa Teresa propone una vía diferente para
acompañar el sufrimiento de Cristo: la perspectiva del amor de Dios. El dolor
del Señor por los pecados de los hombres y sus lágrimas por nuestra dureza de
corazón, en realidad habla más del amor de Dios por sus hijos que de las
infidelidades humanas. Ver así el dolor de Jesús lo cambia todo, porque el
centro de la oración para santa Teresa no está en el pecador que peca ni en el
débil corazón del que reza, sino en la misericordia del Dios que escucha la
oración y que sufre de amor incluso por quien le ignora.
Ése es el verdadero dolor de los pecados según lo
enseña la Iglesia ,
y por eso ésta ha reconocido en santa Teresa a una magna Doctora de su
doctrina. Una enseñanza que se aprecia también en la Exclamación teresiana
«Y Jesús lloró», cuya primera parte publicamos hoy para nuestra Oración Teresiana para el Año Jubilar, de esta semana. Como todos los demás,
este texto se aprovecha mucho más delante de un Sagrario o, al menos,
poniéndose mentalmente en la presencia de Dios. Y si se medita y surgen las
lágrimas… ya sabe: no las contenga. Pueden ser «de gran provecho».
+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo:
¡Oh Dios de mi alma, qué prisa nos damos a ofenderos
y cómo os la dais Vos mayor a perdonarnos! ¿Qué causa hay, Señor, para tan
desatinado atrevimiento? ¿Si es el haber ya entendido vuestra gran misericordia
y olvidarnos de que es justa vuestra justicia? «Cercáronme los dolores de la
muerte» (Sal 18) ¡Oh, oh, oh,
qué grave cosa es el pecado, que bastó para matar a Dios con tantos dolores! ¡Y
cuán cercado estáis, mi Dios, de ellos! ¿Adónde podéis ir que no os atormenten?
De todas partes os dan heridas los mortales.
¡Oh cristianos!, tiempo es de defender a vuestro Rey
y de acompañarle en tan gran soledad; que son muy pocos los vasallos que le han
quedado y mucha la multitud que acompaña a Lucifer. Y lo que peor es, que se
muestran amigos en lo público y véndenle en lo secreto; casi no halla de quién
se fiar. ¡Oh Amigo verdadero, qué mal os paga el que os es traidor! ¡Oh
cristianos verdaderos!, ayudad a llorar a vuestro Dios, que no es por solo
Lázaro aquellas piadosas lágrimas, sino por los que no habían de querer
resucitar, aunque Su Majestad los diese voces. ¡Oh Bien mío, qué presentes
teníais las culpas que he cometido contra Vos! Sean ya acabadas, Señor, sean
acabadas, y las de todos. Resucitad a estos muertos; sean vuestras voces,
Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la vida, se la deis para que
después, Dios mío, salgan de la profundidad de sus deleites. Amén.
La Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana y última parte de
la Exclamación
«Y Jesús lloró». Un texto conmovedor, que habla sin tapujos de las verdades más
incómodas para el hombre, y que además resulta, gracias a la acción del Espíritu
Santo, útil y eficaz para lograr que los corazones más duros se enternezcan de
amor por el Amor de Dios
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Orar con santa Teresa: «¡Oh, cristianos, ayudad a llorar a vuestro Dios!» (2)
«Yo, aunque miserable, pido por las almas que no os quieren
pedir»
Interceder por los demás es una de las formas más
conmovedoras de orar. Y quizás una de las más sublimes. Al menos, lo es desde
la experiencia de oración de santa Teresa de Jesús, que a lo largo de su vida
acudió en un sinfín de ocasiones a este modo de orar. Una forma de rezar de la
que dejó constancia en sus escritos, y que para ella implica no sólo ponerse
delante de Dios, sino también llevar consigo las vidas, las heridas, los
dolores, las ingratitudes, los anhelos, las esperanzas y las alegrías de otros
muchos. Y de paso, ser consciente de las propias circunstancias y de la propia
pequeñez, que hacen resplandecer aún más la misericordia de Dios.
En la última parte de la Exclamación Y Jesús
lloró que es
nuestra Oración Teresiana para el Año Jubilar de esta semana, la Santa vuelve a implorar a
Dios por aquellos que más lejos están de Él. Tanta confianza tiene santa Teresa
con Cristo que es capaz de pedirle, casi forzándole, por la salvación de
quienes no quieren salvarse. A los hombres, intenta Teresa moverlos por el amor
que Dios les tiene (un Juez que no desea condenar, sino que ruega y reclama el
amor del que es juzgado). Y si esto no es suficiente para los corazones más
duros, le advierte sin tapujos de las penas eternas a las que se encadena quien
rechaza la Gracia
que brotó del costado traspasado de Cristo. A la Mísitca Doctora no
le tiemble el pulso para llamar al pan, pan y al vino, vino, o sea, para llamar
amor al amor, e infierno al infierno. Algo así como una madre que, movida por
el cariño que siente por sus hijos pequeños, les muestra primero las bondades
de nadar con manguitos, y ante la terquedad de los pequeños que lo rechazan,
les advierte con gravedad del riesgo de morir ahogado.
Con la lectura (y el rezo) de esta oración, santa
Teresa no sólo ayuda a rezar al lector del siglo XXI y a interceder de forma
eficaz por los hombres de hoy, incluso por aquellos que más lejos están de
Dios, sino que también nos recuerda hasta qué punto el trato asiduo con Dios en
la oración nos da la confianza como para pedirle cosas que parecen imposibles;
nos recuerda lo poco que, sin embargo, podemos exigirle según nuestros méritos;
y en última instancia, nos recuerda una verdad que, no por incómoda, deja de
ser menos cierta para la Doctrina
de la Iglesia :
la existencia del cielo, del infierno, de la muerte y de la gloria.
+ En el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
¡Oh, Bien mío! No os pidió Lázaro que le
resucitaseis. Por una mujer pecadora lo hicisteis; véisla aquí, Dios mío, y muy
mayor; resplandezca vuestra misericordia. Yo, aunque miserable, lo pido por las
almas que no os lo quieren pedir. Ya sabéis, Rey mío, lo que me atormenta
verlos tan olvidados de los grandes tormentos que han de padecer para sin fin,
si no se tornan a Vos.
¡Oh, los que estáis mostrados a deleites y contentos
y regalos y hacer siempre vuestra voluntad, habed lástima de vosotros! Acordaos
que habéis de estar sujetos siempre, siempre, sin fin, a las furias infernales.
Mirad, mirad, que os ruega ahora el Juez que os ha de condenar, y que no tenéis
un solo momento segura la vida; ¿por qué no queréis vivir para siempre? ¡Oh
dureza de corazones humanos! Ablándelos vuestra inmensa piedad mi Dios. Amén.
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3- Orar con santa Teresa: «¿Para qué queréis mi amor?»
¿Cuántos sacrificios te has propuesto para esta Cuaresma? ¿Y para qué los haces? ¿Te has parado a pensar qué sentido tienen, si Dios no los necesita pues Él lo tiene ya todo? ¿Por qué quiere Dios contar contigo, si sin ti podría hacer las cosas mejor y más rápido? A todo esto responde santa Teresa de Jesús en la Oración para el Año Jubilar de esta semana, primera parte de la Exclamación «¿Para qué queréis mi amor?»
Santa Teresa de Jesús no es Doctora de la Iglesia porque sí, ni por un capricho de Pablo VI. Lo es porque su forma de vivir la fe, y por tanto de transmitirla, refleja de un modo completo y vivo lo que enseña el Evangelio, lo que transmite desde los inicios del cristianismo la Tradición de la Iglesia y lo que destila el Magisterio desde san Pedro hasta hoy. Lo que vivieron y viven los santos; y lo que allana el camino a la Gracia para que surjan santos nuevos.
Sin embargo, lo que resulta curioso –aunque absolutamente lógico– es que santa Teresa no presente sus enseñanzas bajo una apariencia académica, doctoral, ilustrada y de una erudición enciclopédica, sino desde los comentarios sencillos y apasionados de una enamorada de Cristo vivo, esposa de una Persona más que experta en un personaje. En resumen: santa Teresa de Jesús es santa, y doctora de la Iglesia, porque aunque hubiesen podido faltarle las palabras (que no lo hicieron), jamás le faltó el amor a Dios y al otro; jamás le faltó el testimonio cristiano de su propia vida.
Desde esa óptica se comprende mejor una de las claves del magisterio de la Mística abulense: la de verse a sí misma como algo minúsculo, e incluso indigno, frente a la sublime e inabarcable grandeza del Dios de las misericordias. Por eso, en numerosas ocasiones contrapone la entrega total y gratuita de Cristo (no sólo aquel día en la cruz del Gólgota, sino cada día de nuestra vida a través de la asistencia de su Espíritu) frente a su rácana respuesta y a su poquedad humana. Una experiencia que ella misma ayuda a vivir, a sentir y a meditar a quien se acerca a sus escritos.
Ahora que comienza la Cuaresma y muchos se cargan de buenos y bienintencionados compromisos (no diremos nosotros que los compromisos cuaresmales sean innecesarios), podemos preguntarnos, con santa Teresa: ¿Para qué quiere Dios mis ofrecimientos, si no los necesita? Si Él tiene poder para actuar en el mundo sin mí, que encima con frecuencia entorpezco su labor, ¿por qué quiere hacerme partícipe de su obra? Si yo sólo puedo amarle tarde, mal y nunca, ¿por qué se empeña en buscar que le ame? Si Él es el Amor, ¿qué puede añadirle mi amor escaso y envilecido? Si a Dios no le falta nada, pues Él lo es todo, ¿por qué se empeña en buscarme precisamente a mí?
La respuesta se encuentra ante un Sagrario (o en su propia casa) leyendo y orando la Oración Teresiana para el Año Jubilar que Alfa y Omega le propone esta semana, y que es la primera parte de la Exclamación ««Para qué queréis mi amor?». Feliz y santa Cuaresma:
+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
¡Oh esperanza mía y Padre mío y mi Creador y mi verdadero Señor y Hermano! Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi alma. ¡Oh Señor del cielo y de la tierra, y qué palabras éstas para no desconfiar ningún pecador! ¿Fáltaos, Señor, por ventura, con quien os deleitéis, que buscáis un gusanillo tan de mal olor como yo? Aquella voz que se oyó cuando el bautismo, dice que os deleitáis con vuestro Hijo. Pues ¿hemos de ser todos iguales, Señor?
¡Oh, qué grandísima misericordia y qué favor tan sin poderlo nosotros merecer! ¡Y que todo esto olvidemos los mortales! Acordaos Vos, Dios mío, de tanta miseria y mirad nuestra flaquea, pues de todo sois sabedor. Amén.
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4- Orar con santa Teresa: «Abrid, Señor, a quien no os llama»
Santa Teresa de Jesús es una fuente inagotable de oraciones. La que hoy proponemos para nuestra sección especial Oraciones de la Santa para el Año Jubilar es un extracto de su Octava Exclamación: «Abrid, Señor, al que no llama»
«¡Que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo!» es la conmovedora exclamación que hace santa Teresa de Jesús ante Aquel que siempre escucha y se conmueve ante un corazón que ama a sus hermanos. Y es, también, el texto que proponemos esta semana en nuestra sección Oraciones de la Santa para el Año Jubilar. El texto es un fragmento de la Octava de sus Exclamaciones, llamada «Abrid, Señor, al que no llama».
Además, tiene un curioso efecto: rezando por los demás, se siente un algo especial que termina aprovechando, más si cabe, a quien se pone en presencia del Señor para interceder por el prójimo…
+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío: que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a buscar a los pecadores. Estos, Señor, son los verdaderos pecadores. No miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros; resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra; válanos vuestra bondad y misericordia! Amén
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