Las Moradas de Santa
Teresa , o El Castillo de cristal
“Una vivienda simbólica”
Un
castillo tiene algo de inexpugnable y por tanto de impenetrable que, por otra
parte, atrae al saber que allá hay gente. Un castillo habitado despierta el
deseo de penetrar en él. Este símbolo del castillo nos sirve para poder hablar
de la especial relación que existe entre el interior y el exterior. Ello nos
sirve muy bien para comprender la estructura del ser humano. El castillo tomado
como vivienda de excepcional belleza es el símbolo central que representa el
misterio del ser humano. En este castillo, al que estamos llamados a entrar,
podemos situarnos en diferentes lugares: o quedarnos fuera, o pasando la puerta
del castillo con su foso y su gran puente levadizo, seguir penetrando hasta la
cámara nupcial, el yo más íntimo de la persona. Allá donde dice Santa Teresa “se dan los grandes secretos entre Dios y el
alma”. En este castillo hay muchas moradas… y eso nos llama la atención
cuando visitamos uno de nuestros castillos, el conjunto de salones a los que
vamos accediendo conforme penetramos en su interior.
En Santa Teresa de Jesús las siete
etapas en las que se va adentrando cada vez más en el “castillo interior”
tienen un final gozoso y optimista que demuestra que la persona está hecha para
amar y ser amada hasta el más alto grado que pueda darse: la del matrimonio
espiritual con Dios. Para ella la penetración en el castillo es una llamada
hacia la luz. Es el Señor el que llama al alma que se ha perdido en el mundo
exterior, dominada por los sentidos, y la atrae cada vez más hasta su mismo
centro donde va a unirse con Él.
Comencemos por describir el castillo,
ese tan transparente como el diamante, que es nuestro interior y al que estamos
llamados a penetrar desde el centro mismo para llegar a la plenitud de nuestro
ser.
La puerta para entrar en
la autoconciencia y en nuestro interior
Si
volvemos a la imagen del castillo, al acercarnos a la entrada, lo primero que
vemos es el puente levadizo…así que lo primero se trata de poder abrir la
puerta o que nos la abran para poder acceder al interior del castillo.
Nos encontramos aquí con la primera
dificultad y la primera conquista, si se logra atravesar esa puerta que
representa nuestro interior. No es tan fácil entrar en él viviendo en un mundo
que tantos atractivos exteriores nos ofrece y que nos lleva frecuentemente a la
dispersión. Entrar en nuestro interior, adquirir autoconsciencia de nosotros
mismos requiere un ejercicio de conocimiento propio que no es fácil..
Es interesante la explicación que da
Santa Teresa de ese entrar para conocer las riquezas de nuestro interior y la
tendencia que tenemos de quedarnos con lo que se ve, el exterior, la
“envoltura”, sin saber lo que nos perdemos: “No es pequeña lástima que por
nuestra culpa no nos entendamos a nosotros mismos ni sepamos quiénes somos…..
nos quedamos con lo exterior y pocas veces consideramos qué bienes puede haber
en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella… todo se
nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo que son estos
cuerpos”.
Santa Teresa antes de hablar de las
primeras moradas hace mucho incapie en el hecho de entrar. Para ella la puerta
es la oración, es decir la capacidad de relación, aunque aún pobre y
defectuosa, con el “Rey” que habita en el castillo y con el que vamos a poder
comunicarnos.
Las PRIMERAS MORADAS o
la conversión.
Una nueva sensibilidad
espiritual.
Las
primeras estancias del castillo son para Santa Teresa algo importante: el pasar
de un estado de vida en el que lo exterior, lo material, el bienestar y el
egoísmo era la único que contaba, a tener un deseo de ir entrando en las demás
moradas para acercarse al centro, en donde “se
dan los grandes secretos entre Dios y el alma”
Es
interesante observar los símbolos que emplea ya Santa Teresa en estas primeras
moradas. El castillo es luminoso, pero con una luz que le viene de la morada
última y central en donde está el “Rey”, Dios. Cuanto más cerca se esté de esta
morada, más luz se tiene y más cerca se está de la verdad. Pero también ese
centro al que se desea llegar es fuente de la que emana el agua que llega a las
distintas moradas.
Santa
Teresa habla desde el principio de aquello a lo que estamos llamados, del gozo
grande que es penetrar en nuestro interior hasta llegar a la plenitud de
nuestro ser hecho a imagen de Dios.
En esta primera morada el tema se podría resumir con una
idea: mirad lo que os podéis perder. Porque inmediatamente después de
describir la belleza del castillo, habla de lo que ocurre cuando vivimos de
espaldas a nosotros mismos, a los demás y a Dios; esto es el pecado. Para Santa
Teresa el pecado es vivir un verdadero infierno al que nosotros mismos nos
condenamos, entonces si bien el castillo no pierde su belleza, con el pecado
arraigado en la vida, es como si lo cubriéramos para no gozar de esta belleza.
Dice así Santa Teresa: “Pues tomemos ahora a nuestro castillo de
muchas moradas. No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, sino
poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey… Así
alrededor de esta pieza están muchas, y
encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con
plenitud, anchura y grandeza…y a todas partes del alma se comunica este sol que
está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración,
poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas,
arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan grande dignidad; no se
estruje en estar mucho tiempo en una sola pieza…”
En cada una de las moradas vamos a
encontrar como indispensable “el propio conocimiento”. Es algo muy
valorado por ella, que le lleva a la humildad, que no es falta de autoestima ni
sentimiento de culpa, sino que al ver nuestra pequeñez en la cercanía de Dios,
nos lleva a la verdad de lo que Dios es y lo que somos nosotros. Además del “propio
conocimiento”, Santa Teresa pone dos requisitos indispensables para seguir
adelante, para entrar en la siguiente morada: el desasimiento de las cosas que me atan y me quitan la libertad,
ya sean riquezas, negocios, distracciones, la búsqueda de nuevos estímulos, que
me impiden ser yo mismo, y el amor al
prójimo, porque ahí está toda la perfección; este es el gran mandamiento de
Jesús (el “Rey”) y sin ese amor es imposible seguir a las siguientes moradas.
Las dificultades y tentaciones de la
vida y del “exterior” del castillo o fuerzas del mal, serán siempre los “enemigos”
o demonios que nos incitan continuamente. Y advierte de esos peligros si se
quiere seguir adelante en ese itinerario hacia el centro de nosotros mismos,
hacia la perfección que podríamos llamar el Reino o la piedra preciosa de que
nos habla Jesús, y para la que es preciso también renunciar a muchas otras
cosas, vender el campo donde se ha encontrado la perla preciosa y quedarnos con
ella. Entrar, en fin, en las primeras moradas supone un ponerse en camino, en
búsqueda. Exige una conversión y una interiorización para la que se requiere,
como en todas las moradas, la ayuda de Dios.
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