LA NECESIDAD DE LA ORACION PARA EL
APOSTOLADO
Santa Teresa experimentó abundantes
gracias por medio de la oración. Acercar a los hermanos a Dios es una gracia
inmensa, un don que debemos implorar por la oración, puesto que sólo por medio
de Él lo podremos alcanzar: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5); así
lo reconoce la Santa: Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos
los bienes (V 22,7). No cerremos la puerta de la gracia; solo
digo que, para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la
oración (V 8,9). Para alcanzar una renovación espiritual personal y
social es imprescindible la oración: “En verdad os digo, además, que si dos
de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, para pedir algo, se lo dará mi
Padre, que está en los cielos” (Mt 18,19). Hemos de pedir a Dios Padre la
luz y la fuerza necesarias para conseguirlo. Digo que no desmaye nadie
de los que han comenzado a tener oración… si no la deja, crea que la sacará a
puerto de luz (V 19,4).
El Papa Francisco lo asegura: «¡Qué
dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y
simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a
tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo
que ocurre es que, en definitiva, “lo que hemos visto y oído es lo que
anunciamos” (1 Jn 1,3)» (EG 264
Teresa sabe por experiencia que el camino de la oración está lleno de
dificultades. Lo aprendió bien y lo enseñó a otros que se creían incapaces de
orar: No todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto, más
todas las almas lo son para amar (F 5,2). Orar consiste en amar,
en tener trato de amistad, perseverar en la búsqueda, querer estar junto a Él,
aun cuando nuestro ánimo esté indispuesto: Aquellos ratos que estamos
en la oración; sea cuan flojamente quisiereis, tiénelos Dios en mucho (M2
1,3). No hay sitio para el desánimo en la misión porque el Señor nos alienta y
sostiene.
Nos lo recordaba el Papa: «Ahora que estáis sufriendo
la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer
frente a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo
excluye del ámbito público, conviene no olvidar vuestra historia. De ella
aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo
continúa obrando en la realidad actual con generosidad. Fiémonos siempre de Él
y de lo mucho que siembra en los corazones de quienes están encomendados a
nuestros cuidados pastorales".
La oración no solo nos enriquece interiormente,
también sostiene toda nuestra vida cristiana y en particular nos mueve a
socorrer al prójimo, algo indispensable para la misión: Esto es la
oración, hijas mías, de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan
siempre obras, obras (M7 4,6).
El Señor mismo sale en nuestra ayuda en los
momentos difíciles. Cuando los discípulos han fracasado en el intento de
expulsar un demonio, le preguntan a Jesús: “¿Por qué no pudimos echarlo
nosotros? Él les respondió: Esta especie sólo puede salir con oración” (Mc
9,28-29). La Santa sostiene con la oración nuestra labor apostólica, que de
este modo resulta eficaz: ¡Qué poco descanso podrán tener si ven que
son un poquito de parte para que una alma sola se aproveche y ame más a Dios, o
para darle algún consuelo, o para quitarla de algún peligro! (F 5,5).
LA UNIÓN CON CRISTO, CENTRO DE NUESTRA
VIDA
La oración es trato de amistad con Jesús y es
camino que nos pone en comunión con Aquel que es centro de nuestra vida y de
toda la historia de salvación. El origen, medio y fin de la vida cristiana es
Jesucristo. Nuestra vida no tiene sentido ni razón de ser si no es en la órbita
del Señor. Él nos ha llamado, nosotros le hemos seguido, caminamos tras Él,
todo lo esperamos de Él. La oración hace posible este encuentro con Jesucristo
resucitado, fundamento e impulso de una vida
nueva, la vida en Cristo. La vida cristiana consiste en amar, seguir, dejarse
configurar con Cristo. Teresa vive en unión con el Crucificado-Resucitado en la
espera de poder contemplarle sin velo alguno: “hora es ya que nos veamos”
manifiesta, cercana su muerte.
La vida del cristiano hoy, sumida en
una existencia ausente de Dios, aunque en ocasiones con deseo de encontrar un
camino de luz y de bien, cobra sentido y esperanza en la comunión con
Jesucristo. Viviendo con Él y para Él, viviremos entregados a la causa del
Reino. Teresa es nuestro modelo porque vive centrada en Cristo, vive por Él, en
Él y para Él. La vida del cristiano en la actualidad, la realidad social del
presente puede ser diferente si seguimos las huellas de Jesús como lo hizo
Pablo y Teresa: no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Teresa se zambulle en el Evangelio
para encontrar el camino de Jesús: venid a mí todos los que tenéis sed,
que yo os daré de beber (E 9); identificada con la Samaritana y con
María Magdalena, recibe la paz en medio de sus pecados (7M 2,7); se ve invitada
por Cristo a seguirle, toma tu cruz y sígueme (V 15, 13); y
recibe gran fortaleza del Buen Pastor: no hayas miedo, hija, que nadie
sea parte para para apartarte de mí (R 35); ansía beber el agua que
solo viene del Señor: ¡Oh qué de veces me acuerdo del agua viva que
dijo el Señor a la Samaritana (V 30,19); y se ve empujada a lavar y
ungir los pies de Jesús (R 21). Especialmente se ve interpelada por la pasión
del Señor, celebra el domingo de Ramos, se sumerge en Getsemaní y en la pasión
y muerte del Señor hasta llenarse de gozo en la Pascua de Resurrección (R 35): En
especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era mi acompañarle…
Muchos años las más noches, antes que me durmiese, siempre pensaba un poco en
este paso de la oración del Huerto (V 9,4). Todas estas imágenes son
portadoras de un permanente y hondo encuentro con Jesús desde la pasión a la
resurrección.
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